El niño herido interior no existe

Escrito por Arturo Archila/psicólogo clínico

Es evidente que el pensamiento es capaz de inventar y de creer cualquier cosa. La psicología ha sido tierra fértil para la confusión e ideas que aun siendo irracionales, son creíbles por muchas personas.  El niño herido interior es un buen ejemplo de ello. El niño herido es la idea de que la gran mayoría cuando fuimos niños, sufrimos más de algún trauma y que mucho del comportamiento en nuestra vida de adulto es errado, confuso o doloroso porque llevamos un niño herido dentro, no resuelto.  Así surgen millones de personas que hablan de tener el niño herido y que buscan libros de autoayuda, van a cursos o al terapeuta para resolver un problema que no existe.

La interacción del cerebro con su medio se inicia desde el útero y continúa hasta la muerte. Esto significa que el cerebro no deja de recibir información y que el condicionamiento no termina, es decir, que no se circunscribe solamente a lo sucedido en la infancia.  Es evidente, por supuesto, que los primeros años de vida son de suma importancia para el ser humano, pero no determinante. También es innegable que la relación con los padres y otras figuras de autoridad son significativas para el niño, quien desde pequeño debe ser prodigado de mucho cariño, paciencia y comprensión.  Cuando el adulto provoca situaciones de violencia, desprecio, desamparo o amargura, el niño es afectado y al crecer será otro adulto condicionado por la culpa, el miedo, la rabia, la crítica y el rechazo. Este es el dramático círculo de la vida que hemos creado.

¿Hay un niño herido atrapado en ese adulto? Por supuesto que no.  La persona que busca sanar el niño herido aprende que debe ponerse en contacto con las etapas de su infancia, de su desarrollo y con los instantes cuando las heridas fueron provocadas.  Pero eso es imposible porque las etapas de nuestra infancia incluyendo las del desarrollo, son irrepetibles.  Lo único que permanece es la memoria; los recuerdos de un adulto atormentado por el pasado de su infancia, no hay niño atormentado dentro de un adulto.  Definir esto es de suma importancia precisamente por el abordaje terapéutico y  la finalización de los problemas que nos aquejan.

Los terapeutas del niño interior dicen que la persona que tiene el niño herido revive una y otra vez los mismos sentimientos de amargura, vacío, miedo, desilusión, tristeza y rencor.  Sin embargo, eso le sucede a cualquier ser humano afectado por un incidente traumático, independientemente que esto haya sucedido en la infancia, adolescencia o aún siendo adulto. El pensamiento funciona cíclicamente rumiándose a si mismo como producto de su disfunción.

Parte de esa disfunción es inventar que hay un niño herido interno. Lo absolutamente real es que el niño herido no existe.  Lo que hay es un adulto de 25, 30 o 40 años atormentando por una infancia que ya se fue, pero que se repite en la cárcel de la memoria.  Reconstruir el pasado aparte de incoherente es totalmente imposible.  El pensamiento se inventa cualquier cosa e incluso se inventará que lo hemos logrado,  que el niño herido está sano.  Sin embargo, antes le teníamos miedo al “hombre del costal”, ahora le tenemos miedo a la pobreza o al desempleo.  Antes teníamos rencor al padre, ahora al vecino.  Así pues, el miedo y el rencor (o cualquier otra idea) no han desaparecido, continúan proyectándose sobre otro objeto.

Se ha dicho que el niño herido interno es el símbolo de nuestro ser emocional.  Pero, es claro que los símbolos no piensan ni sufren excepto cuando el pensamiento se lo inventa.

Los recuerdos son el pasado y hay pesadumbre cuando el pensamiento del pasado se sobrepone al presente.  La rabia, el miedo, la culpa no es de hace 30 años por lo sucedido, sino es algo que está sucediendo ahora y que debe verse en el momento, en el instante que ocurre.  No hay un niño herido dentro, eso es imaginación.  Lo que hay es un adulto que puede resolverse en cada acción, en cada instante, sin interferencia del pasado.