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Durante la infancia la mayoría de niños duermen con sus padres. El deseo de compartir la cama con nuestros hijos o el deseo de nuestros hijos de compartirla con nosotros, es un sentimiento universal. No tiene nada de malo que el niño pequeño busque protección, seguridad, calorcito o refugio en la cama de sus padres.  El problema es cuando se convierte en hábito. Cada vez es más frecuente la consulta de niños que no pueden dormir solos: por pesadillas, por miedo a monstruos, por miedo a la oscuridad o al ruido. Temores que se acompañan de ansiedad y angustia, presentando gran sufrimiento para el  infante. Cuando se altera el sueño del niño, los padres deben investigar las causas y de ser posible corregirlas. Pero llevarlo a compartir la cama para que se calle y les deje dormir, acabará convirtiéndose en una costumbre para ambos.  Hay casos de niños que llegan a la pubertad entre los 11 o 12 años y todavía duermen con sus padres. El cariño a nuestros hijos está muy bien, pero hay que saber y entender los límites. Los niños mayores que duermen con sus padres, tienen bastante probabilidad de salir afectados psicológicamente, suelen ser más inseguros, temerosos y hasta en exceso dependientes.