El ruido puede definirse como un sonido indeseado, por lo cual, por definición tiende a ser frustrante e inductor de tensión. La agencia de protección ambiental estima que más de 70 millones de estadounidenses viven en vecindarios lo suficientemente ruidosos como para interferir con la comunicación y el sueño y para causar molestias. Estudios bien controlados (Meecham y Shaw, 1983) sugieren que las tasas del suicidio, el asesinato y los accidentes automovilísticos son relativamente elevadas en ambientes muy ruidosos.

El ruido también puede producir perdidas en la audición; se cree que más del 50% de los empleados que trabajan en producción soportan ruido tan fuerte que puede dañar su oído. Semejantes perdidas de audición pocas veces son dolorosas o aparentes de inmediato; sin embargo, incluso leves daños en la audición incrementan la probabilidad de lesiones mayores en los años y después de la edad madura.

La exposición continua al sonido de alta intensidad puede obstaculizar el funcionamiento cognoscitivo; los niños que asisten a escuelas ruidosas o que viven en hogares muy ruidosos tienen más posibilidades de presentar problemas en la discriminación visual y auditiva, en habilidades de lectura y visomotoras. La exposición prolongada al ruido puede llevar a una sensación de desamparo y sentimientos de falta de control. El ruido también puede perturbar el proceso de enseñanza-aprendizaje, lo que a la larga produce deficiencias acumuladas.