En 1,945 Spitz demostró la relación  que existe entre afecto, déficit afectivo y salud. La mayoría creemos que afecto son caricias, palabras o atenciones, pero es mucho más que eso. El afecto involucra dos sistemas nerviosos o más en interacción social; es interdependencia que fluye y se traslada de una persona a otra. El ser humano es excepcionalmente gregario y por lo tanto, nos vemos influidos por las diversas formas de colaboración social que intercambiamos. En Guatemala habemos millones de personas enfermas con estrés cerebral y descompensaciones orgánicas cuyo origen quizá sea el déficit afectivo. Hay déficit afectivo donde no hay programas de desarrollo social y humano, con grosera desigualdad económica, con modelos de sobretrabajo e infrasalario, con criminales impunes que nos quitan la salud, la educación y la cultura, donde gobiernan personas que no tienen ni la remota idea del tremendo daño que adquiere el cerebro en el sufrimiento de sobrevivir en la miseria luchando por un pan, día a día.  El déficit afectivo lo vemos en las calles, el trabajo, la familia, incluso en instituciones religiosas. Somos pacientes crónicos y la cura no está en maquillaje ni reformas. Necesitamos dar afecto, es decir toneladas de colaboración social, para recibir el amor, la paz y el bien común que tanta falta nos hace.