Todos engañamos. Engañar supone falta de verdad o verdad a medias en lo que se dice, se hace o se piensa. En las relaciones interpersonales es frecuente que nos engañamos unos a otros, y este engaño está en función de cómo nos mostramos parcialmente a los demás, no es que se mienta, sino que somos cuidadosos de no mostrarnos por completo o de aparentar lo que no se es. En el fondo lo hacemos por miedo a ser juzgados o al rechazo.  Asumimos que el engaño nos protege contra la envidia y la incomprensión de nuestros semejantes. Desde pequeños aprendemos a fingir y mentir en pro de nuestra supervivencia. Si nos mostráramos siempre tal como somos, si dijéramos con franqueza lo que realmente pensamos o si actuáramos sin hacer caso al protocolo de la apariencia, tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir en este mundo donde impera, en el fondo, ser depredador de los demás y del más débil. Quien no choca con nadie y se presenta siempre de buen humor, es bien visto; aunque no haga más que teatro. Sin embargo, por muy útil o justificable que sea el engaño, en general, significa una traición a lo verdadero y lo honesto. Es curioso, la mayoría demandamos de los demás sinceridad, pero la mayoría, por las razones que sean, no somos completamente transparentes al relacionarnos.

Arturo Archila/Psicólogo Clínico