Hay personas que adoptan el papel de victima y lo convierten en su conducta permanente. Encuentran consuelo en el lamento y por ello, siempre están dispuestas a compartir con elocuencia la fatalidad de su vida. Estas personas llegan a creer con firmeza que todo lo malo que les sucede, es por culpa de los demás y de las circunstancias.

Excluyen su responsabilidad de las cosas que les sucede. A primera vista, pueden parecer débiles o sumisas, pero en realidad, son tiranos pasivos y silenciosos. No gritan ni hacen escenas, pero su comportamiento pude llegar a afectar a quienes les rodean. Hacerse la victima es otra forma habitual de ocultar la rabia, un subterfugio para no verla.

La persona tiene miedo a su propia rabia y se comporta con alta sensibilidad a la rabia de los demás. Desarrolla una actitud recelosa y distorsiona la actitud de los demás atribuyéndoles acciones de agravio y mala fe. La ira se transforma en miedo y desconfianza hacia los demás, surgiendo ideas sentimentales para reafirmar el papel de victima.

No cabe duda que el pensamiento tiene miles de recovecos, groseros y sutiles. El victimista tiene que reconocer su problema. Ver intensamente la ira, la frustración, el miedo y el refugio que buscamos en la distorsión de la realidad.

Arturo Archila / Psicólogo Clínico