Los valores de juicio fuertemente acuñados por una sociedad hipócrita y la religión institucionalizada, han hecho del sexo un pandemónium donde el pecado jinetea un corcel mitad estúpido mitad ignorante. También existen puntos de vista ambiguos de “normalidad” y “anormalidad” en cuanto a conductas sexuales, que probablemente se deriven del hecho de no entender del todo las implicaciones psicológicas y simbólicas de la sexualidad. Semejantes aseveraciones, independientemente que vengan de la psicología (que también suma errores), la religión o de inquisidores modernos, no sirven más que para aumentar la confusión.

Por otro lado, campear con la bandera de liberado con “moral nueva” que puede exhibirse, mirar porno sin culpa, con pasiones caribeñas a flor de piel; no dejan de ser simplemente reacciones inútiles de liberarse de más de 5 mil años de represión sexual. Pero ni una ni otra posición, terminan finalmente de aclarar nuestras confusiones. Cuanto más se lucha contra el sexo más se enfatiza; cuanto más lo deseamos más nos destruye. Todo esto es muy doloroso, sin embargo, hay un hecho concreto: la sexualidad varía de acuerdo con la experiencia que cada quien tenga de ella. La importancia de este enunciado es que cada persona tiene su propia y particular naturaleza sexual a la cual tiene derecho.
Nadie es capaz de formular enunciados definitivos sobre la sexualidad sobre todo si escupen moralina. La expresión sexual puede ser física, emocional, obscena, profana o sagrada, simbólica, entretenida, mística o cualquier otra cosa que queramos o acertamos a imaginar.

Existe el sexo en sí mismo, y el sexo pensado. Hasta donde lo entendemos, la sexualidad seguirá siendo hija del pensamiento.

Arturo Archila
Psicólogo clínico