El hombre ha visto en si mismo la rabia, el miedo, los celos, la tristeza, la codicia y ha sido condicionado ha creer que lo bueno tiene que vencer a lo malo, y que lo negativo desaparece en lo positivo.  En psicología combatir el opuesto es un viejo truco del pensamiento. ¿Hay enojo?, cultiva el acto de la compasión.   ¿Hay temor?, vuélvete valiente.  La psicología, entre fracaso y resultados a medias, durante años ha utilizado ésta fórmula: crear el opuesto para formar nuevos hábitos.

 Los libros de autoayuda y en general la psicología inmersa en la trivialidad se han enfocado en cambiar hábitos como una solución al sufrimiento o al conflicto. “Si hay enojo vuelve complaciente”.  Por supuesto, que con perseverancia el enojo se reprime y de tanto reprimirlo habrá eso que llamamos “complacencia” pero no por sí misma, sino porque se ha cultivado el hábito.  Un robot puede programarse para tener buenos hábitos, pero no deja de ser robot.  Uno puede cultivar el hábito contrario, pero al final de cuentas es lo mismo, algo que sucede automáticamente, en la inconsciencia.  El nuevo hábito puede ser mejor que el anterior, pero no ha sucedido lo sustancial. Por eso tarde o temprano, el enojo emerge de nuevo; a veces más astuto y sutil, y otras igual de grosero, pero en la mayoría de casos con más fuerza y con nuevos motivos.