Todos mostramos una máscara de nosotros mismos.  Esta máscara forma parte de los contenidos psicológicos que componen los aspectos ideales que de acuerdo a nuestro condicionamiento facilitan la aceptación social. Es la “buena impresión” que todos queremos dar. En su oposición, hay aspectos ocultos o inconscientes que negamos y reprimimos sin reconocimiento. Estos contenidos psicológicos son percibidos con juicios de valor como inferiores a nuestro ideal, por lo tanto, se reprimen en muchos casos con angustia, culpa y rigor.  Este es el viejo conflicto entre lo que se es y lo que se quisiera ser.  No obstante, el miedo, la rabia, la envidia, el resentimiento, el racismo, lo falso y lo mezquino también somos nosotros.  Pero como no se acepta, al reprimirlo o negarlo, es tácito que lo proyectemos sobre el mundo y los demás. Sin embargo, es obvio que todo lo que se odia, se desprecia o se teme también somos nosotros.  Emerge de nuestros contenidos psicológicos. Casi nadie está exento de esto, y por decirlo de alguna manera: no hay nada de malo en ello, excepto negarlo.  La libertad psicológica, no conceptual sino como un hecho, se inicia con ver esto sin aceptarlo y ni rechazarlo. Algo que requiere por supuesto, de una manera diferente de observación fundamentada en la Percepción Unitaria.