robot

La educación de los hijos comienza con la educación de los padres.  Ante todo debemos tener claro que cuando nos relacionamos con un niño no estamos lidiando con un robot al cual se le programa para recibir instrucciones y obedecerlas.  Los niños a diferencia de los adultos son más vulnerables, pero al igual que los adultos son impresionables, volubles, miedosos, sensibles y afectuosos. Es por ello que las palabras, los gestos y la conducta de los padres puede ser algo que permanezca como un sello indeleble, imborrable en la memoria para toda la vida. Y precisamente porque no son objetos que se puedan reparar con facilidad, los padres al convivir con sus hijos deben estar dotados de una gran comprensión, paciencia y muchísimo amor.  Todo adulto es el resultado del pasado y del presente, y este condicionamiento comienza en buena medida en la niñez.  ¿Tiene sentido la educación, cuando quién educa lo hace desde sus propios muros? La mayoría de nosotros queremos amoldar a nuestros hijos a nuestros anhelos e intenciones, a nuestros ideales y creencias.  Sin embargo, es insubstancial pretender educar a un niño a través de nuestros propios temores, frustraciones, creencias, conductas inapropiadas y lamentos.  Educar a otro ser humano no es fácil, con los hijos, la educación comienza en uno mismo.