La verdad no llega a nosotros por medio de autoridad alguna. Debe ser descubierta de instante en instante. No es algo que tenga permanencia, duración o continuidad. Debemos descubrirla a cada minuto, a cada segundo. Eso requiere muchísima atención, un gran estado mental de alerta; y no podemos comprenderla ni le permitimos que venga a nosotros si nos limitamos a citar autoridades o a especular si Dios existe o no existe. Uno debe experimentar la verdad, experimentarla como individuo, o más bien, debe dejar que ella venga a uno. No es posible ir hacia ella.

Por favor, seamos claros en este punto: uno no puede, mediante ningún proceso, ninguna disciplina, ninguna forma de meditación, ir hacia la verdad, hacia Dios —o cualquiera sea el nombre que prefieran darle—. La verdad es algo demasiado inmenso, no puede ser concebida; ninguna descripción puede abarcarla, ningún libro ni palabra alguna pueden contenerla. De modo que no hay método tortuoso alguno, no hay ningún sacrificio, ninguna disciplina, ningún gurú, por medio do los cuales puedan ustedes ir hacia la verdad. Tienen que esperarla, ella vendrá a ustedes, no pueden ir hacia ella. Eso es lo fundamental que hemos de comprender: que la mente no puede ir hacia la verdad mediante ningún truco, ningún control, ninguna virtud, ninguna compulsión ni forma alguna de represión.

Todo cuanto la mente puede hacer es estar quieta, pero no con la Intención de recibir la verdad. Y ésa es una de las cosas más difíciles que hay, porque pensamos que la verdad puede ser experimentada Inmediatamente con sólo hacer ciertas cosas. La verdad no puede comprarse, no más de lo que el amor puede comprarse. Y si ustedes y yo comprendemos eso muy claramente desde el principio mismo, entonces lo que tengo que decir tendrá un significado muy diferente y muy preciso. De lo contrario, permanecerán ustedes en un estado de autocontradicción. Piensan que la verdad existe, que Dios existe, que hay un estado permanente, y como lo desean, practican una disciplina, distintas clases de ejercicios, pero aquello no puede comprarse. Ninguna cantidad de devoción, sacrificio, conocimiento o virtud puede convocarlo. La mente puede ser libre, no ha de tener límites, fronteras ni condicionamientos. Todo sentido de afán adquisitivo debe terminar, pero no con el fin de recibir.

Si uno realmente comprendiera eso, vería qué cosa extraordinaria es esta creatividad de la mente. Entonces sabría de verdad cómo liberar la mente de modo tal que ésta se halle en un estado de vigilancia alerta, sin preguntar, buscar ni exigir jamás cosa alguna.

J. Krishnamurti, Del libro “Sobre la Verdad», Poona, 10 de septiembre de 1958