A la mayoría se nos enseñó, y se nos enseña, que para triunfar en la vida hay que tener ambición.  Un hombre sin ambiciones es un hombre vacuo, destinado al fracaso. Es alguien que jamás va hacer nada en la vida. Así ha sido inculcado y así ha sido creído. Lo que no se nos dice es que el hombre ambicioso se destruye a sí mismo. Basta con verlo a nuestro alrededor para confirmarlo. El hombre ambicioso es inhumano, solo piensa en sí mismo; hacemos a un lado a otra gente porque nuestro único interés es lo que ambicionamos; estamos inmersos en convertirnos en hombres con poder y gloria; establecemos en la sociedad el conflicto entre los hombres de éxito  y los rezagados.  Y sea que se disfrute o no, vivimos en constante batalla porque atrás de nosotros vienen otros igual de inescrupulosos deseando lo mismo que uno desea.  ¿Es posible vivir de otra manera sin ambición?  Cuando uno hace las cosas que le gustan y ama lo que hace, en eso no hay ambición alguna. Tampoco  hay competencia ni se lucha por ser, ni tener.  La diferencia entre ambicionar algo y hacer aquello que nos gusta, tiene un profundo significado que se corresponde al hecho de vivir. He ahí la importancia de aprender desde joven a descubrir aquello que verdaderamente se ama y además a compartirlo como un bien común, útil  y benéfico para todos.